Y con dos risos que asomaba las sienes de su frente, miro su reflejo en el espejo.
Risitos de oro le decían, cada que lograba acomodar ese rebelde e indomable cabello,
ese cabello que se movía y bailaba al son del viento, al son de los timbales, al son de la vida.
Recuerdo como brillaba su cabello, bajo la luz de los atardeceres de Mayo.
Un brillo precioso, tal cual sol que da luz propia.
Pero, un día su cabello teñido volvió a ser negro,
y los atardeceres de mayo, pasaron a Diciembre.
Sus risos, ahora lacios, parecían a Pocahontas.
E igualmente emitía un brillo asombroso.
Ahora era alumbrado su cabello con el brillo de la luna,
llena e incalculable, casi amarilla.
Tras los árboles, bajo el cielo, y frente a la montaña,
se hallaban ellas.
Volvió a ver su reflejo nuevamente,
ahora en el lago, vio su reflejo junto al de la luna,
junto al de las estrellas, los árboles y el cielo.
Y comprendió ahí que todos somos uno solo.
El ayer y el hoy, la luna y el sol, los cuentos y la vida, los atardeceres y los anocheceres, los colores y el arcoiris, la música, la melodía y el cantar de las aves, el amor y el mundo.
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